martes, 24 de octubre de 2006

La parednueva

Muchos son los lugares que poco a poco el destino puso – y espero pondrá- ante nuestros ojos. Muchos son también los sitios que la memoria trae de vuelta de aquellos tiempos que ya pasaron, y despacio, casi sin darnos cuenta de ello, se muestran ante nosotros como presentes.

Con pocos años llegué a la calle Ramón y Cajal y pronto dejé de llamarla así. La Pared Nueva, así se conocía entonces y así se sigue llamando hoy.

Una calle entonces empedrada y con una especie de acequia lateral que se salvaba con pequeños puentes cuando la lluvia arreciaba. Había una fuente. Grandes árboles que daban “chichipán” y servían de postes de porterías imaginarias para los chicos que jugabamos nuestra particular competición con los chicos de otros barrios –de otros mundos nos parecían entonces-. Había una pared muy alta para los pequeños y algunas moreras que suplían las siempre ausentes golosinas.

Estaba vivo el kiosko de “la Concha” y un gran almacén de abonos de un hombre que era llamado “el Cordobés”. Un viejo tinado quemado, algo misterioso, donde el Señor Simón pasaba su vejez.

Más allá de la carretera estaba –y prevalece mejor ataviado ahora- el Pilón, siempre lleno de “aclaradores”, entre muchas moreras de distintos colores. Más allá el transformador de la luz. También un viejo lagar de aceite, en “el Tercio”. Y en las tardes de primavera y de verano, Antonio, un gallego que se quedó por aquí, haciendo largas sogas con la ayuda de algún somnoliento zagal.

Pues eso, que los recuerdos parecen presentes cuando uno los transforma en palabras que une en forma de frases y enlaza generando textos, que en suma, al fin y al cabo, no siguen siendo otra cosa que vagos recuerdos.

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