Llegaron a su puerta. Eran pocos. Iban armados, sin armas hubieran vacilado, tal vez.
Se lo llevaron lento. No hubo diligencias. Él era consciente de su destino infame.
El más pequeño de los verdugos le sacudió en la cara con la altanera culata de una escopeta. La sangre no tardó en brotar y teñir de rubí su camisa.
Avanzaron en silencio hasta la puerta de aquella sacristía. Las bisagras de la puerta chillaron en la noche naciente. El suelo, ajedrezado, era indiferente a los peones que por el marchaban. De soberanos y de reinas no se trataba esta noche. Es noche de jornaleros.
Se lo llevaron lento. No hubo diligencias. Él era consciente de su destino infame.
El más pequeño de los verdugos le sacudió en la cara con la altanera culata de una escopeta. La sangre no tardó en brotar y teñir de rubí su camisa.
Avanzaron en silencio hasta la puerta de aquella sacristía. Las bisagras de la puerta chillaron en la noche naciente. El suelo, ajedrezado, era indiferente a los peones que por el marchaban. De soberanos y de reinas no se trataba esta noche. Es noche de jornaleros.
Luego un carro, y la Luna, y unas mulas, y un reguero de sangre, y una mina.
Y a la mañana siguiente el Sol. Y las lágrimas. Y la sangre ya reseca en la cuneta. Y el silencio. Y las fosas. Y los muertos. Y los vivos.
Ya sé hace mucho tiempo, pero algo de mi historia familiar tiene que ver con esta historia, mi abuela paterna fué una de las victimas que arrojaron en las minas de Valdihuelo.Gracias por contribuir a que esta historia no quede en el olvido.
ResponderEliminar