martes, 24 de octubre de 2006

La fragua

Solo disponía de una ventana a la Calle de los Mesones. Solo de una amplia –por alta- habitación en la cual se alojaba la bigornia, el fuelle, un taladro manual y una pila para enfriar los incandescentes hierros. También calendarios con fotos de señoras que no fueron hechas en cuaresma. Un frigorífico viejo, que a modo de blanco armario archivaba restos de curiosidades que pronto serían olvido. También había hollín del carbón quemado y un torno gigantesco para las manos de los niños.

Aquí habitaba el herrero. Entre estas paredes y a ritmo de martillo y yunque creaba rejas y cancillas. También ponía remaches, y tapaba con esmero el agujero que nunca los ratones le pudieron hacer a la olla. Con paciencia afilaba una espiocha. Con aguante convertía una lineal y ancha platina de hierro en una circular y pulida rueda de carro.

Era la fragua. El lugar donde la mitología creaba cotas de malla y armaduras indestructibles. Donde el cojo griego Hefesto (Vulcano para los romanos) recibió la noticia por parte del dios Apolo de la infidelidad de su esposa Venus con Marte. Donde Pablo, “el Brocha”, enseñó a sus nietos que por muy duro que fuera el hierro, fuego, martillo y yunque conseguirán ablandarlo.

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